¿Es seguro tomar Tylenol durante el embarazo? Un nuevo estudio entre hermanos sobre el riesgo de autismo ofrece respuestas
El 9 de abril de 2024, la Revista de la Asociación Médica Americana (JAMA) publicó un estudio histórico sobre el autismo que ofreció una gran tranquilidad a los futuros padres de todo el mundo.
Un equipo de investigadores que analizó los datos de salud de toda Suecia no encontró ninguna relación causal entre el uso de acetaminofén durante el embarazo y el riesgo de autismo, TDAH o discapacidad intelectual en un niño.
El estudio masivo examinó los historiales clínicos de casi 2,5 millones de niños nacidos entre 1995 y 2019, empleando un potente método de comparación entre hermanos para controlar los factores genéticos y ambientales, proporcionando así la evidencia más concluyente sobre el tema hasta la fecha.
Esta investigación no surgió de la nada. Abordó una creciente preocupación en la comunidad científica, cristalizada en una declaración de consenso de 2021 de más de 90 médicos y científicos.
Ese grupo había instado a la cautela, destacando la creciente evidencia que sugería que el acetaminofén (el ingrediente activo de Tylenol, un medicamento utilizado por más del 65 % de las mujeres embarazadas en EE. UU.) podría actuar como disruptor endocrino y potencialmente interferir con el desarrollo fetal.
Estudios observacionales previos, más pequeños, habían identificado con frecuencia una asociación pequeña pero persistente entre el fármaco y los trastornos del neurodesarrollo, lo que generó un polémico debate tanto entre expertos como entre el público.
La brillantez del estudio sueco residió en su metodología. Inicialmente, al analizar a toda la población, los investigadores encontraron el mismo riesgo, pequeño y marginalmente mayor, que habían reportado estudios anteriores.
Sin embargo, el panorama cambió por completo al centrarse en más de 1,7 millones de hermanos.
Al comparar a los hijos de la misma madre que habían usado acetaminofén en un embarazo pero no en otro, pudieron aislar el efecto del fármaco de la multitud de factores que comparten los hermanos, como la genética, la salud de los padres y el entorno familiar.
En esta rigurosa comparación, la asociación con el autismo, el TDAH y la discapacidad intelectual desapareció por completo.
El estudio concluyó que la relación observada en análisis más sencillos no se debía al medicamento en sí, sino a factores de confusión.
Las razones por las que una persona podría tomar acetaminofén —como fiebre, dolor crónico, migrañas o infecciones graves— se asocian con una probabilidad ligeramente mayor de trastornos del desarrollo neurológico en niños.
El medicamento no fue la causa, sino un indicador de problemas de salud subyacentes o predisposiciones genéticas.
Esta conclusión se vio reforzada por un estudio japonés independiente que, utilizando un diseño similar con hermanos, replicó los hallazgos suecos en una población con antecedentes genéticos y patrones de consumo de medicamentos diferentes.
Estos sólidos hallazgos contrastan marcadamente con las afirmaciones alarmistas que sugieren una relación causal directa, las cuales han sido amplificadas por figuras públicas como Robert F. Kennedy Jr. y Donald Trump.
Si bien estas declaraciones generan titulares, la evidencia científica cuenta una historia diferente.
En respuesta al debate en curso, importantes organizaciones médicas como el Colegio Americano de Obstetras y Ginecólogos siguen reafirmando su recomendación: el acetaminofén sigue siendo el analgésico y antipirético más seguro y adecuado para su uso durante el embarazo cuando sea médicamente necesario.
Esto es especialmente crucial dado que alternativas como los medicamentos antiinflamatorios no esteroides (ibuprofeno) conlleva riesgos conocidos para el feto en etapas posteriores del embarazo.
En definitiva, la conclusión clave de este amplio conjunto de investigaciones es que la asociación no es sinónimo de causalidad.
El verdadero peligro no reside en el uso cuidadoso de un medicamento recomendado, sino en la posibilidad de que la desinformación desaliente a las embarazadas a tratar afecciones como la fiebre alta, que conlleva riesgos documentados para el desarrollo fetal.
La nueva evidencia proporciona una base sólida para que los futuros padres tomen decisiones informadas con sus profesionales de la salud, guiados por la ciencia y no por el miedo.
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