Cumbre del G7 en Italia: una sinfonía de unidad y disonancia

El sol caía a plomo sobre el pintoresco complejo turístico de Borgo Egnazia en Savelletri, Italia, mientras los líderes de las siete democracias más ricas del mundo, G7, se reunían para su cumbre anual en junio de 2024. 

Una sensación de unidad impregnaba el aire mientras posaban para las fotografías, con sus sonrisas aparentemente genuinas. 

Sin embargo, bajo el barniz de un propósito compartido, hervían a fuego lento cuestiones complejas, agendas personales y un panorama global marcado por la inestabilidad.

El tema central de la cumbre fue el apoyo a Ucrania, ahora atrapada en una agotadora guerra contra Rusia. 

Los miembros del G7, encabezados por el presidente estadounidense Joe Biden, ya habían impuesto un paquete devastador de sanciones a Rusia, congelado sus activos y proporcionado sustancial ayuda militar a Ucrania. 

Pero como la guerra no daba señales de terminar, la presión para que se tomaran medidas concretas iba en aumento.

El primer día surgió un anuncio importante: un acuerdo para proporcionar a Ucrania un préstamo de 50.000 millones de dólares, financiado con los intereses generados por los activos rusos congelados. 

Biden lo aclamó como un “resultado significativo” y un recordatorio al presidente ruso Vladimir Putin de que Occidente “no estaba dando marcha atrás”. 

El presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, que asistió a la cumbre por segundo año consecutivo, también elogió el acuerdo y afirmó que era un paso vital hacia la defensa y la reconstrucción de Ucrania.

Sin embargo, el acuerdo fue recibido con indignación por parte de Rusia. 

Putin, en un encendido discurso, denunció el plan como “robo” y prometió represalias. 

Su portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, María Zakharova, desestimó el acuerdo calificándolo de “sólo trozos de papel” sin fuerza legal. 

La situación puso de relieve la peligrosa realidad de la guerra: cualquier intento de abordar directamente el fondo de guerra de Rusia fue recibido con una condena rápida y agresiva.

Más allá de la crisis de Ucrania, la cumbre abordó cuestiones de preocupación mundial. 

Las ambiciones económicas y las prácticas comerciales desleales de China fueron un punto clave de discusión. 

Los líderes del G7 prometieron “tomar medidas para proteger nuestras empresas de prácticas desleales”, una clara advertencia a Beijing, que ya enfrentaba una presión creciente por sus actividades militares en el Estrecho de Taiwán.

El G7 también se enfrentó a la creciente amenaza de la inteligencia artificial. 

El Papa Francisco, en una primicia histórica para un pontífice, se dirigió a la cumbre y pidió un tratado internacional para regular la IA y garantizar que su desarrollo se alinee con principios éticos. 

Su presencia añadió una capa significativa de peso moral al tema, haciendo evidente la necesidad de un desarrollo responsable y ético de esta poderosa tecnología.

La cumbre también fue testigo de un choque entre Francia e Italia por la redacción del comunicado final sobre el derecho al aborto. 

El gobierno italiano, encabezado por Giorgia Meloni, una firme opositora del aborto, presionó para que se eliminara cualquier referencia directa al derecho al aborto, lo que provocó un tenso enfrentamiento con Francia, que defiende los derechos reproductivos. 

Este desacuerdo, aunque aparentemente un tema menor, reveló diferencias subyacentes en valores y prioridades entre los miembros del G7.

Mientras tanto, la guerra en Gaza arrojó una larga sombra sobre la cumbre. 

Los líderes del G7 expresaron su apoyo al plan de alto el fuego respaldado por Estados Unidos, pero ni Israel ni Hamás lo aceptaron públicamente. 

La frágil situación en Medio Oriente, sin un camino claro hacia una resolución, subrayó las limitaciones del G7 para influir en conflictos más allá de su alcance inmediato.

A pesar de la muestra exterior de unidad, la cumbre destacó los desafíos que enfrenta el G7. Las divisiones internas, la amenaza inminente de China y las incertidumbres de la guerra en Ucrania subrayaron la complejidad del panorama global. 

Si bien la cumbre ofreció una plataforma para el diálogo y la articulación de objetivos compartidos, también dejó al descubierto los conflictos profundamente arraigados y los desafíos de encontrar soluciones en un mundo multipolar.

El futuro del G7 probablemente estará definido por su capacidad para afrontar estos complejos desafíos, mantener la unidad en medio de diversas perspectivas y desarrollar un enfoque colectivo para abordar cuestiones que trascienden las fronteras nacionales. 

Sólo entonces el G7 podrá convertirse verdaderamente en una fuerza para un cambio positivo en un mundo que se tambalea al borde de la incertidumbre.

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